Cuentos Perthes – El fémur que no quería crecer

Cuento Perthes de Marta Camacho

EL FÉMUR QUE NO QUERÍA CRECER

Cuento de Marta Camacho.

Érase una vez la historia de un niño que se llamaba Miguel. Miguel tenía un hueso muy especial, un hueso que no quería crecer.

Desde que Miguel nació, su fémur, llevaba una pequeña carga en su corazón pues al ser más largo que los demás, estos se reían de él y le llamaban “larguirucho”.

  • Señor Fémur – le decían.
  • Tú crece y crece que serás el hueso más largo del cuerpo pero también el más viejecito y te cansarás pronto de jugar y correr.
  • Ja, Ja, Ja…se oían aquellas carcajadas dentro de sus cabecita.

El pobre fémur lloraba desconsolado, él no quería crecer tanto ni tan deprisa, él quería ser pequeño durante mucho tiempo para poder jugar, saltar, correr con libertad y continuar así durante años.

Con aquellas lágrimas que le bajaban hueso abajo por las risas de sus amigos, el señor fémur se negó a crecer, así que convenció a los vasos sanguíneos que habitaban dentro de él y juntos llegaron a un acuerdo:

  • Si vosotros no subís hasta mi cabecita, yo podré ser más pequeñito, creceré mas lento, seré joven durante más tiempo ¡qué alegría!, y así podré por fin, jugar con mis amiguitos, los demás huesos chiquititos, sin que estos me llamen Señor Fémur “larguirucho” y se rían de mi. Y yo a cambio os daré un sitio donde vivir lleno de amor.

Así fue de esta manera como sus venitas solo llegaban hasta su corazón y no hasta su cabecita. Y allí crearon su hogar, se sentían muy a gustito porque se daban mimitos los unos a los otros, vivían felices compartiendo su casita en forma de corazón.

Una vez que se acomodaron hicieron de aquel lugar un sitio lleno de paz, sobre todo para el Señor Fémur que al no crecer tan rápido había conseguido tener muchos amigos pues era un huesito bueno, simpático y muy amigo de sus amigos.

Los huesos jugaban sin parar sujetando el cuerpecito de Miguel, al corro, al pilla-pilla, al escondite, al fútbol, bailaban sin parar al son de la música que tanto les gustaba…

Así pasaban los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses…cuando de repente los huesos se dieron cuenta de que cada vez jugaban menos. Ya no saltaban, no jugaban a la rayuela, ni al corre que te pillo, no bailaban como antes y eso que ahora casi todos eran de la misma medida.

No podían dar explicación a lo que estaba pasando. Se reunieron entre ellos, charlaron, meditaron, pusieron en común su forma de ver lo que les estaba ocurriendo, dieron su opinión:

  • ¿Nos estaremos haciendo mayores? Se preguntaban.
  • No puede ser, si todavía somos chiquititos.
  • Será que Miguel se está haciendo adolescente y le gustan otras cosas.
  • ¡Pero si solo es un niño de 4 años! Decían algunos.

Desde entonces jugaban muy poquito y ya se habían acostumbrado a oír la voz de mamá con las mismas preocupaciones de siempre sobre Miguel que no tenían ni pies ni cabeza:

  • No corras, no saltes, estate quietecito, abre las piernas.

El Señor Fémur estaba ahora un poco triste porque aunque ahora era chiquitito siempre tenía que estar en la misma posición sin poder jugar y a veces mamá, aunque se mostraba siempre muy cariñosa y amorosa, hacía llorar a Miguel por no permitirle que se moviera con libertad.

Los huesos llegaron a la conclusión de que si Miguel no se movía, ellos ya no podrían jugar, bailar, correr o saltar como antes.

Sin embargo, había ocasiones en las que las cosas que hacía Miguel no eran tan aburridas, pues éste gastaba las horas dibujando, aprendiendo música cosa que le encantaba a los huesos del oído, sobre todo al pequeño Martillo, jugando a la consola, moldeando plastilina o cocinando que le encantaba a las falanges de los dedos, a la palma y al radio.

El fémur, la tibia o el peroné disfrutaban con la natación porque flotaban en el agua y sus venitas se mostraban más revoltosas haciéndoles cosquillas a todas horas.

Pero a los huesos lo que más les gustaba de verdad eran los cuentos que Miguel les leía de caballeros, reyes, princesas y piratas. Si, sobre todo los de piratas, pues cuando estos se sentían un poco cansados, Miguel utilizaba una cosa que se llamaba “muletas” y parecía que llevaba unas patas de hierro como los piratas y esto hacía que los huesos de una pierna siempre fuesen en avión.

Pero aunque esta sensación era buenísima, echaban de menos jugar juntos a los juegos que ya casi tenían olvidados desde que eran bien pequeñitos.

Hubo un día en que Miguel leyó un cuento que él mismo había realizado para el colegio en una historia donde él explicaba por qué llevaba muleta y silla de ruedas.

Miguel a veces estaba un poquito triste porque no podía hacer las mismas cosas que hacían sus amigos como jugar al fútbol, saltar a la comba y éstos en ocasiones le llamaban «pata chula».

Un amigo de Miguel le decía «tienes que esforzarte, aunque sea con las muletas corre más deprisa porque sino nunca meterás gol»

Con el tiempo Miguel aprendió, a que él no tenía que cambiar para poder jugar al fútbol, porque siempre podía jugar al waterpolo, y que siempre podría hacer otros deportes como montar a caballo que tan bien hacía a sus huesos y que era tan divertido. Aprendió a ver las pequeñas cosas, los pequeños momentos y la vida de otra manera, pues no era él el que debía de adaptarse a la sociedad sino adaptar la vida para que él fuera feliz.

Y esto es lo que más feliz haría a las personas que le veían crecer a diario.

El Señor Fémur se cautivó de estos sentimientos, y comprendió que no por ser más largo sería menos feliz.

Así que reunió a todos los demás huesos y les explicó lo mismo que Miguel había explicado a sus amigos. Les dijo que él era distinto, más largo que los demás y con una gran cabeza pero que se había dado cuenta de que no era Miguel el que tenía que cambiar para poder jugar, correr y saltar como antes, sino que era él el que debía crecer para que Miguel también pudiera hacerlo.

Los demás huesitos, no salían de su asombro, hacía ya tanto tiempo que no jugaban juntos que casi olvidan cuales eran los juegos y no lo hacían porque el Señor Fémur había querido ser corto para  poder jugar con ellos y que ellos no se rieran de él ni le llamasen “larguirucho”. Y no solo eso, Miguel llevaba mucho tiempo sin poder correr, ni saltar porque sus huesitos no habían sabido aceptarse los unos a los otros tal y como son.

¡Qué tristeza tan grande invadía sus corazones, sobre todo el del Señor Fémur!.

Esta tristeza fue tan grande que los vasos sanguíneos que habitaban el corazón del fémur decidieron buscar un hogar mejor al enterarse de la noticia que les habían comunicado todos los huesos en pandilla con el Señor Fémur a la cabeza. Los huesos les pidieron por favor, que subiesen a la cabeza. Y así fue como emprendieron el viaje tan esperado de regeneración y reconstrucción del hueso más largo del cuerpo.

Todos hacían el esfuerzo, pues Miguel les llevaba todos los días a nadar y a montar en bicicleta. Los huesos y los músculos se pusieron muy duros. El fémur creció con una maravillosa cabeza que anclaba bien en la cadera de Miguel y permitía a éste realizar todos los movimientos que no podía hacer con libertad desde hacía ya un tiempo.

Y aunque Miguel ya había recuperado la movilidad completamente, nunca dejó de hacer natación, montar en bici y a caballo, leer cuentos a sus ya creciditos huesos y sobre todo de aceptar a los demás tal  y como son.

FIN

 

 

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